Esas veces en las que necesitas estar a solas. Aunque realmente lo que necesitas es estar contigo mismo. Pensar. Reflexionar.
Hay cambios, momentos, situaciones, que merecen parar y pensar las cosas dos veces. Ver lo que ha cambiado en uno mismo y a su alrededor.
Ahí es cuando la mejor compañía es la de uno mismo y nadie más.
Según la RAE, la soledad es la carencia voluntaria o involuntaria de compañía, un lugar desierto o tierra no habitada, un pesar y una melancolía que se sienten por la ausencia, muerte o pérdida de alguien o de algo...
Por eso...
Por eso, la soledad es necesaria.
Bendita soledad que hace que por las noches, mientras estás tumbado en la cama escuchando esa canción, te acuerdes de esa persona que echas de menos, que echas de más, que necesitas ver, o que ya no quieres ver nunca jamás.
Esa soledad que hace que estés en la ducha y no hagas otra cosa más que imaginar situaciones que te gustarían que pasaran y que, por el momento, no han sucedido, u otras que te gustaría que no hubieran sucedido nunca.
La soledad que te inspira un día lluvioso mirando las gotas caer, cuando regresas a casa a altas horas, cuando vas por la calle sin rumbo fijo y la calle está desierta.
Como todo, la soledad tiene sus pros y contras, pero hay que estar seguro de una cosa: cuando llegas a ella no vas a volver a ser mismo que eras antes, porque han cambiado tus pensamientos, has aclarado tus ideas aunque a veces lo que pasa es que te enredas más en ellas. Pero al fin y al cabo, ya no eres el mismo que eras exactamente hace unos minutos.
Soledad, a veces necesaria y otras no tanto.

Paula.
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