No hace falta que la lleves de viaje. Haz que cuando cierre los ojos mientras te besa, se le olvide donde está.
No le mientas. Nunca. Antes que mentirle, déjala. No sabes el daño que puede hacer una mentira.
Si te cuenta un problema no es para que la ignores o le digas lo que quiere escuchar. Si te lo cuenta es porque confía en ti y sabe que, aunque no puedas solucionárselo, alguien la ha escuchado y no está sola.
No hace falta que le recuerdes constantemente lo guapa que es o lo buena que está. Pero por favor, no permitas que se le olvide.
Si le tratas como un frágil diamante y la sobreproteges en exceso, se acabará sintiendo inútil. Ella es igual de hábil que tú. Y no porque sea tu princesa quieres decir que tienes que tomar el control de todos sus actos.
No tengas prisa por quererla, quizás a ella le gustan más las cosas si van lentas.
Si dice alguna estupidez, ríete con ella, pero NUNCA de ella.
Si sabes que le dan miedo las escenas de terror, no la fuerces ni le quites la mano para que las vea. Cómprale unas palomitas y préstale tu brazo para que te lo arañe, aunque te haga daño.
No la compares, porque su forma de ser, su forma de pensar, de vestir, de hablar, sus gustos, no son mejores ni peores. Son diferentes.
Si tiene frío, tápala. Pero no le eches en cara que la camiseta que lleva tiene demasiado escote.
Si le dices que está loca, que sea porque te has atrevido a hacer alguna locura con ella.
Abrázala tan fuerte como si fuera la última vez que fueras a tenerla entre tus brazos, porque nunca sabes cuando va a ser la última vez.
Dile siempre la verdad. Pero cuidado, porque hay muchas maneras de decirlas y algunas duelen.
Se que ir de compras con ella es un coñazo, pero piensa por un momento si ella no ha hecho algo que a ella no le apetecía y a ti si.
Déjala libre, pero acompáñala en su libertad.
El último secreto es que ella, sea quien sea, es única. Y que tú, la persona que la ama, tienes que ayudarla a conseguir su meta.
Así que por favor, recuerda: su meta no es ser perfecta, es ser feliz.


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