Hoy quiero vivir, por si mañana me muero.
Y exprimir cada segundo en cada beso, perdiendo el sentido las agujas del reloj y volviéndose locos los minutos de mis días. Quiero ahogarme en los abrazos que me dejen sin aliento y, por supuesto, en los vasos en los que me apetezca despedirme de todas mis penas. Y decirles adiós, una por una, invitándolas a una copa o a un “volved por donde habéis venido, guapas”.
Me apetece borrarle el futuro al calendario y que lo único que cuente aquí, hoy, sea yo. Quiero ser mi pasado, mi presente y mi futuro, y advertirle a la agenda que entre todas mis tareas, mi nombre, es prioridad.
Porque hoy quiero vivir, por si mañana me muero.
Quiero empaparme de cada palabra que se cruce en mis silencios, beberme la vida en los ojos de alguien y ruborizarme por la sonrisa del que consiga dejarme sin palabras. Quiero construir un puente entre mis lágrimas y el brillo que perdí. Secar el rastro de las primeras para recuperar la luz que, a fuerza de insistirle al interruptor, terminó por fundirse.
Por eso quiero el futuro en mi presente, por si mañana me muero.
Porque no.